Había una
vez una noche templada, clara y afrodisiacamente estrellada. El ambiente cálido
de la ciudad cansada, se colaba por la ventana de la habitación de un
departamento de interés social (de esos que contruyeron en los 70´s, antes de
que fueran de tabla roca y cartulina como los de ahora); el aire inquieto y
fresco sonaba afuera en su andar nocturno y vagabundo, mientras el computador
que ahí habitaba emitía eróticos sonidos cibernéticos como un lujurioso semidesquiciado
hablando solo.
El cuerpo semidesnudo de una mujer joven de piel dorada yacía tendido en la cama, extrañamente inquieto, hermosamente deseoso de que el insomnio provocado por la seducción de la cálida y afrodisiaca noche, se concilie en un rico sueño con su sueño; después de una bien merecida autoexploración desesperada. Desesperada y lenta. Sumamente lenta. Un roce milimétrico entre los delicados dedos de sus tan reales manos mudas y los poros de su excitada piel.
La semidesnudes de aquél cuerpo, radica en unas lindas piernas al descubierto, el calzón predilecto de encaje negro, impregnado del fresco aroma de su existencia: una mezcla de exóticos frutos cítricos, sangre y vida. El ligero blusón corto, liso y blanco para dormir; que resguarda sus senos prodigiosos, libres del sostén subyugador de la sociedad, se ve afectado por la excitación de aquellas fuentes de poder sensual que endurecen de placer sus ricos pezones de miel.
El cuerpo semidesnudo de una mujer joven de piel dorada yacía tendido en la cama, extrañamente inquieto, hermosamente deseoso de que el insomnio provocado por la seducción de la cálida y afrodisiaca noche, se concilie en un rico sueño con su sueño; después de una bien merecida autoexploración desesperada. Desesperada y lenta. Sumamente lenta. Un roce milimétrico entre los delicados dedos de sus tan reales manos mudas y los poros de su excitada piel.
La semidesnudes de aquél cuerpo, radica en unas lindas piernas al descubierto, el calzón predilecto de encaje negro, impregnado del fresco aroma de su existencia: una mezcla de exóticos frutos cítricos, sangre y vida. El ligero blusón corto, liso y blanco para dormir; que resguarda sus senos prodigiosos, libres del sostén subyugador de la sociedad, se ve afectado por la excitación de aquellas fuentes de poder sensual que endurecen de placer sus ricos pezones de miel.
Sus ojos,
brillan como estrellas que se multiplican cada vez que se cierran para gozar
más de las micrométricas descargas de placer eléctrico del que aquél hermoso
cuerpo es víctima y victimario.
Sus dedos
han encontrado el hogar perfecto, el lugar más íntimo de aquél jardín. El más
cálido, el más limpio; el lugar en dónde al agua vital corre entre sus piernas
como reacción al trabajo que sus mudos dedos realizan sobre su tierra fértil.
Agua del río de la vida y el goce.
El sensual
cuerpo entero de la linda joven de piel dorada se estremece, se retuerce,
resplandece de goce y sudor, de muerte y vida. La cama se agita. Un quejido
tímido y agudo, otro más tímido, casi ahogado, y otro más escándaloso. Su
espalda se arquea hasta casi quebrarse, sus ojos no lo pueden creer,
desfallecen, sufren el placer extremo de la energía sexual que corre por su
vientre...
(Morfeo se
acerca y el narrador se calla. El cuerpo escribirá el final del cuento en el
acto mismo de explotar de placer y reincorporarse a la realidad de un rico
sueño).